miércoles, abril 06, 2005

"¡Esta es / la Juventú española!". Travesía iniciática con chicos del Opus Dei en la submeseta Norte (1)

Entre hoy y mañana terminaré esta Tetralogía del Catolicismo. Como os habréis dado cuenta, en los tres escritos anteriores se ha tocado (más bien de refilón) el tema. Hoy voy a quemar las naves. Convivir durante tres días en un pueblucho de mala muerte aislado por la nieve con ocho chicos de Opus Dei no es fácil; tampoco creo que lo sea contarlo desde el cerebro y no desde las vísceras, pero intentaré ser fiel a los hechos. Sé que no tengo el talento para llegar a ser público puro, pero sí para ser un fiel transmisor de la realidad.


Hace cosa de dos meses recibí la llamada de una compañera de universidad que me instaba a hacer las maletas y salir de viaje justo dos horas después hacia ese pulmón de la Naturaleza que es La Granja de San Ildefonso. Le respondí que me venía un poco mal porque tenía que ir justo antes a clase de ruso y que no me quedaría tiempo para preparar nada. Pero ante si insistencia, y comentándome que era porque (le llamaré por ejemplo "Natxete") era el cumpleaños de Natxete, nuestro amigo común rebelde sin causa de familia opusina, e iba a celebrarlo en su pueblo con todos sus amigos, la tentación se apoderó de mí. Sabía que se me presentaba la oportunidad de explotar un filón casi virgen (nunca mejor dicho) de caviar. Así que, por supuesto, le dije que sí iría; y comencé a preparar lo que podríamos llamar un Kit de supervivencia cosmopolita, que consiste en: Un libro de Русский язык, una muda de calzoncillos, un lápiz y unos guantes de esquiador (por aquel tiempo una ola de frío inundaba la península, así que pensé que lo más sensato era llevarme unos guantes gordos. Yo podía palmar de hipotermia, pero con las manos bien resguardadas), todos ellos artículos de primera necesidad.

Sabía que lo que me encontraría allí no iba a ser Sodoma y Gomorra precisamente, pero lo que ví superó con creces mis expectativas. Todas las personas allí congregadas adolecían de dos rasgos comunes: la pertenencia al Opus y un gusto vicioso por el Jevimetal, tipo de música que ahora me aburre soberanamente, y que escuchaba en mi pubertad como buen quinceañero rebelde. Los únicos que no eramos del Opus éramos la chica que me llamó y yo. El resto de invitados además eran hombres, lo que convertía la fiesta en una Yihad de andrógenos luchando por derrocar a sus firmes convicciónes morales o, si queréis verlo de otra manera, en una velada de Pelo lacio, Calimotxo caliente, Espinillas pajeras y Riffs de guitarra al viento típica de quinceañeros, sólo que con diez años años de más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece fascinante tu historia. ójala no tardes muchos en continuar, porque me has dejado la miel en los labios.

A ver si acierto y algún truhán porlaría a esa chica del Opus (lo cual sin conocerla le da una nota media de 9.85 sobre 10)

Chopenjagüer dijo...

¿Porlación? ¿Qué es eso? Agradecería mucho que me lo explicaras, que estoy superpicao.