domingo, enero 18, 2009

Mordieron los limones (y V)

Aquél día salí de clase sin dejar de pensar en el proyecto de ciencias. Estaba claro que el día clave era hoy. Si todo salía como había planeado alcanzaré la fama mucho antes de lo que creía. Saldré en las portadas de todos los periódicos importantes. Noticias del Mundo me dedicará un monográfico. La prensa extranjera –The Sun, Daily Mirror, Bild Zeitung- se rendirá a mis pies: “El jovencito Frankenstein del Ampurdán”; “El doctor Salisachs catapulta al hombre a las estrellas”. Seguro que también habrá algún envidioso que recelará de mí, que se preguntará si no tengo corazón, pero eso a la larga dará igual. Eran las dos y media de la tarde, mi madre no esperaba en la puerta de la escuela y emprendí solo el camino a casa. Hacía mucho calor. A lo lejos podía sentir un rumor de obras: alguien estaba horadando el asfalto con un martillo neumático. Al otro lado de la carretera, unos operarios estaban embelleciendo el paisaje colocando un anuncio de Benetton en una valla publicitaria. Cuando doblé la esquina no había señales del negro. El quiosco también estaba cerrado. No tenía ningún dato empírico que lo demostrase, pero estaba convencido de que mi corazón no había bombeado sangre con mayor celeridad en toda mi vida. Aún así, tenía que mantener la calma para no llamar la atención de algún vecino. Nada más abrir la puerta de casa me di cuenta de que todo había salido como esperaba. Saqué del frigorífico un cartón de zumo de melocotón y uva que tomé lentamente pero de un sólo trago mientras escuchaba, satisfecho, los golpes sordos, rítmicos, los alaridos que provenían de la habitación. Pero para estar seguro al cien por cien tenía que hacer una última comprobación: me dirigí de puntillas hasta la puerta que amortiguaba el restallar del experimento, la entreabrí delicadamente, eché un rápido vistazo y volví a cerrarla con el mismo cuidado. Lo había conseguido. Saqué el cuaderno donde guardaba el progreso de mi proyecto, me senté a los pies del carillón del salón y, con la sonrisa del trabajo bien hecho, anoté las conclusiones: “Todas las pruebas apuntan al éxito. El origen de los poderes de Spider-Man. El arraigo de los esquejes. La existencia del ligre. Las teorías de Mendel quedarán reducidas a cenizas. Lo siento por papá, pero tiene que comprender que el triunfo de la Ciencia debe estar por encima de cualquier interés personal. Dentro de nueve meses me convertiré en el hermano mayor del Hombre Ácido”.

viernes, enero 16, 2009

Mordieron los limones (IV)

Durante todo el mes siguiente mi madre y yo continuábamos con nuestra rutina: me recogía en el colegio, nos encontrábamos con el negro, me daba dinero, se quedaba allí, compraba un tebeo de superhéroes a sus espaldas, volvíamos a casa. Mi madre al principio había pasado por una etapa hostil cada vez que le pedía dinero. Me decía que las monedas no las regalan en las Tómbolas (eso ya lo sabía), y que cómo un hijo tan tonto como yo podía salirle tan caro. Más adelante me lo daba bastante más indiferente, después alegre, y terminó por dármelo antes de que se lo pidiera. A veces me daba dinero de más y me pedía también que me pasara por la carnicería, el estanco o la tienda de ultramarinos para comprar las cosas más peregrinas y que más adelante raramente utilizaba. Estos sitios quedaban bastante lejos del quiosco y tenía que dar una vuelta un poco más larga, pero me venía mejor. Así me daba tiempo a leer el cómic antes de llegar a casa. Un día, cuando volví a la esquina donde se encontraban mi madre y el negro, me fijé en que ella también estaba intentando morder un limón. Tenía ya una buena parte de él en la boca, pero debió de ocurrirle lo que a mí: sólo dejó una leve marca de sus dientes en la piel del limón y se lo devolvió a su legítimo dueño mientras le miraba fijamente y sonreía, de oreja a oreja, como él. Así que, por este lado, todo marchaba tal y como lo había previsto.

Era la parte más cerebral del experimento, los tebeos, lo que me llevaba a las conclusiones más claras. De no haber sido así, habría dado marcha atrás con mi plan antes de que se cumpliera. Tras haber leído los orígenes de unos cuantos superhéroes había llegado a unas conclusiones diáfanas que anoté en la bitácora del proyecto: Spider-Man había conseguido sus poderes gracias a la mordedura de una araña radiactiva. El Capitán América recibió los suyos tras haberle sido inoculado el suero del supersoldado. Todo el cuerpo de Estela Plateada fue imbuido por el poder cósmico de Galactus. Los Cuatro Fantásticos se convirtieron en tales después de que los rayos cósmicos atravesasen sus cuerpos en el espacio exterior. Todos los X-Men sin excepción habían heredado sus poderes de nacimiento gracias a la particular genética de sus progenitores. Capa y Puñal fueron los conejillos de indias de una droga experimental de desastrosos resultados. Jack Napier resbaló y cayó en una tinaja a rebosar de residuos tóxicos antes de convertirse en el Joker. El Caballero Luna estaba poseído por una deidad del Antiguo Egipto… Todo está tan claro que hasta da miedo que nadie se haya dado cuenta antes.

Llegó el día en que mi padre, intrigado por el devenir de mi proyecto, me pidió que le dejara leer el cuaderno del experimento. Al principio me negué, le dije que era algo muy personal y que todavía no había llegado a mi objetivo principal. Pero él insistió. Me dijo que la semana que viene tenía que ir a la capital y que nada le molestaría más que presentara el proyecto en esos días sin que él se hubiese enterado de nada. Así que al final cedí y se lo dejé. No podía dejar de reírse a carcajadas cada vez que leía una frase. Al final lo cerró y me preguntó que si no me había entendido mal y el proyecto era de Literatura, porque de Ciencias Naturales ese desvarío sin pies ni cabeza no podía ser en absoluto. ¿Superhéroes? Jaumita, por el amor de Dios, pensaba que a tu edad ya no tendría que explicarte esto, pero ¿acaso has visto alguna vez a un tipo con leotardos chillones sobrevolando la ciudad? Si presentas esto en clase vas a hacer el mayor de los ridículos. Si quieres, puedo ayudarte a sacar un plan B para salir del paso. Quizá alguna bomba fétida o algo por el estilo…

Me puse rojo de ira y me encerré en mi habitación. No había entendido nada de lo que había escrito… pero bueno, mejor. Este pobre idiota se merecía todo lo que le va a pasar y no tendré ya ningún remordimiento por ello. Además, que se largue de casa durante una semana y que mi madre ni se haya dado cuenta de que justo la semana que viene empiezo el horario reducido de verano facilitará y mucho las cosas.

miércoles, enero 14, 2009

Mordieron los limones (III)

Mi madre vino a buscarme todos los días a las cuatro y media a la escuela como prometió, aunque dejó claro que lo hacía a regañadientes. Según ella, tenía que sacar muchas figuras que quedaban escondidas a los ojos de los demás en sus piedras de granito. Es extraño, porque yo siempre he pensado que si están ocultas en el pedrusco por algo será. Si quisieran exhibirse como un caballo encabritado, como el rostro del Papa Juan Pablo segundo o como un peine de cien metros de largo ya lo habrían hecho por ellas mismas desde hace tiempo, y si lo haces contra su voluntad milenaria sería algo así como vulnerar su derecho neolítico a la intimidad. Pero bueno, no soy quién para preguntarme esas cosas, mi interés por la escultura y el arte en general es escaso. Lo mío, que quede claro, es la Ciencia.
Seguimos caminando hasta que, al doblar la esquina, el negro, alto e imponente como un gigantesco totem de látex, volvió a aparecer. Parecía ser de ideas fijas, ya que de nuevo se estaba tomando su limón a la hora del té. Me reconoció y me saludó amistosamente. Le devolví el saludo y, en ese momento, fingí que acababa de recordar algo muy importante. Le di un leve tirón a las faldas de mi madre y le pedí una moneda de veinte duros para comprar algo que necesitaba para el experimento. Mi madre debió de pensar que actuaba así porque el negro me daba miedo, asco o ambas cosas; así que me dio el dinero y, para dar ejemplo, se quedó hablando con él de lo típico que se comenta con un desconocido para romper el silencio incómodo: del tiempo, de lo que había subido el pan, de los nuevos centros comerciales... Entre tanto, con toda esa fortuna entre mis dedos, me planté en el quiosco y me compré un tebeo de Spider-Man con la portada a todo color en la que aparecía luchando contra un señor muy viejo con unas alas enormes al que llamaban el Buitre. Lo guardé dentro de la mochila, escondido entre los libros de texto, y volví al lugar donde estaban esperándome el negro y mi madre en menos de cinco minutos. Ella me dio una afectuosa colleja, me preguntó dónde coño me había metido y se despidió cortésmente de él.

Cuando llegamos a casa mi padre estaba viendo un documental que emitían en el UHF sobre el mundo vegetal. Al parecer, los botánicos a lo largo de los siglos habían catalogado los árboles en diferentes familias, y mediante injertos de ramas de un árbol en otros árboles que exteriormente nada tenían que ver con él pero que formaban parte de esa misma familia, habían conseguido que esas ramas prosperaran, se enlazaran en ese árbol y dieran unas veces su fruto originario y otras veces el fruto del árbol parasitado con algunas propiedades-sustrato del suyo propio. Esto me interesaba. Saqué el cuaderno que tenía preparado para anotar la evolución de mi proyecto de clase y lo escribí. Mi padre dijo que mediante los injertos se había conseguido que las aceitunas salieran rellenas de anchoa desde el propio árbol, pero eso no lo escribí porque creo que estaba bromeando. Una anchoa es un pez.

lunes, enero 12, 2009

Mordieron los limones (II)

Así divagaba desperdiciando ese tiempo T que, aunque digan que es muy importante y valioso, en las circunstancias en las que tenía que recorrer andando el espacio E que había entre la escuela y mi casa, y teniendo en cuenta la velocidad constante V que mantenía durante ese recorrido, era un tiempo T básicamente inútil. O al menos eso pensaba hasta que doblé la esquina. Apoyado en la pared de un edificio de ladrillo rojo de nueva construcción, apareció la figura de un musculoso negro, tan negro que casi parecía azul, un portento ecuménico de su raza que, en ese momento, se llevaba con la mano izquierda un limón entero a su boca, lo mordía, y llegaba a rebosar por la comisura de sus labios buena parte del jugoso ácido cítrico. Esto último me dejó en estado de shock, paralizado y con la boca abierta. El negro, cuando se dio cuenta, separó sus labios tanto como Moisés hizo con las aguas del Nilo, hasta formar una de las sonrisas más radiantes que se han llegado a ver a este lado de la depresión del Ebro, lo que me dejó aún más impactado si cabe: a pesar de que esperaba que el esmalte de esa dentadura estuviera abrasado por el ácido, este hombre tenía los dientes más blancos que había visto nunca; ¡y lo que es más, ni una sola llaga en la boca! El negro seguía ahí, riéndose, y me extendió el limón para que yo también lo mordiera. Así lo hice. Quería comprobar una última cosa: el limón podría ser falso, una manzana disfrazada, como si fuera uno de esos helados con forma de limón pero que no son un cítrico propiamente dicho, como si el limón fuera de atrezzo. Pero no, en cuanto lo mordí y su repugnante jugo llegó a mi paladar me di cuenta de que era uno auténtico, o más que eso, como si hubiera sido modificado genéticamente para convertirse en una fruta natural con esencia de concentrado de limón. También me fijé en que el sudor del negro -no era exactamente así pero me cuesta encontrar una imagen más adecuada-, estaba corroyendo su ropa; cada gota del mismo que caía en su camisa comenzaba a devorar el color en ese punto y sus alrededores. Así que se lo devolví y me fui corriendo, no por miedo, sino por estar preso de una excitación que no lograba explicarme del todo, como si de repente supiera lo que tenía que hacer.

En casa estaban mis padres, Oleguer Salisachs y Meritxell Taboada. Mi padre era comercial de una firma de productos agrícolas y cada dos meses tenía que marcharse una semana a la capital para rendir cuentas de lo vendido. Mi madre trabajaba en casa cincelando pedruscos. Cuando les conté lo que había visto no mostraron ningún tipo de extrañeza, a pesar de que recalqué varias veces (joder madre, que se lo comía con cáscara y todo) todas y cada una de las cosas que pude ver. Insistí tanto que mi madre accedió a recogerme a la salida del colegio todas las tardes, algo que venía como anillo al dedo para mis intereses, a pesar de que ella pensase que me alegraba porque tenía miedo. También les hablé de que el profesor de ciencias nos había pedido un trabajo. Mi padre me dijo que si ya sabía lo que iba a hacer, y le mentí diciendo que tenía de momento sólo una vaga idea. Mi madre me preguntó cuál era, y le contesté con malicia. Que no se preocupara, que en cuanto lo tuviera claro sería la primera en enterarse.

domingo, enero 11, 2009

Mordieron los limones (I)

Era demasiado oscuro y profundo. ¿Cómo es posible que del cruce de un guisante amarillo puro y otro verde puro salgan siempre guisantes amarillos? ¿Por qué no salen guisantes mitad amarillos mitad verdes, verdes por fuera y amarillos por dentro, o verdes con una espiral amarilla que los recorra de arriba abajo? ¿Qué clase de Dios permitía esto?
Antes de mandarnos el trabajo de fin de curso, el profesor de Ciencias Naturales nos explicó la primera de las leyes de Mendel. A mí me parece que esta ley es injusta y cruel. Y errónea, sobre todo errónea. Mira por ejemplo el ligre, ese monstruo que vi en el circo hace un par de meses y que, según me contó mi padre, era hijo del cruce antinatural entre una tigresa y un león, un gigantesco león a rayas y con las patas cortas, muy cortas. Mitad de uno y mitad de otro, nada de que saliera un perfecto tigre del experimento. Este animal, a su vez, podía procrear de nuevo con un león o con un tigre, formando las variantes le-ligre o ti-ligre. ¿Hasta dónde podía llegar el linaje de este bicho? ¿Llegaría yo, el futuro genetista Don Jaume Salisachs Taboada, a contemplar un le-ti-ti-ti-le-le-ti-le-le-ti-le-ligr…?