lunes, abril 11, 2005

De bruces con la realidad

Que los filologos son gente que vive del cuento y que la Filología es una vocación que por el bien común debería dejar de existir es algo que afortunadamente se va generalizando cada vez más. Y que los estudiantes de Filología somos unos individuos buenos-para-nada que no sabemos hacer la O con un canuto en el momento en que se nos presenta un problema real es algo que intento encargarme de demostrar día tras día.

Hoy estaba sin hacer nada en mi casa, sesudo, rodeado de libros, hojeando las Leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias en mi habitación favorita de la casa, cuando después de haberme leído un par de capítulos me dispongo a tirar de la cadena. Pero ¡horror! tiro una vez y oigo un extraño ruido, y no veo el estímulo-respuesta perropavloviano de apretar el boton e inmediatamente salir el agua de la cisterna, empujando los residuos biológicos hacia las catacumbas de la ciudad. Así que vuelvo a tirar y no vuelve a dar resultado, e incluso ya no se oye el estrepitoso ruido de antes. Incapaz de reaccionar ante la falta del resultado previsiblemente esperable, sigo tirando de la cadena durante un par de minutos más esperando que la Divina Providencia se encargue de arreglar el mecanismo.

Pero no, estaría en otras cosas en ese momento.

Así que por mi mente se abrían muchas vías a cuál más interesante: El suicidio, abrir la cisterna y toquetear a ciegas, contemplando la maravilla tecnológica con ojos de primate, el exilio, llamar a uno de esos triunfadores expertos en este tipo de cosas que eligió rescindir su relación con el estudio a los catorce años para aprender un oficio y ahora vive como un marqués... hasta que en ese momento se abrió un bocadillo a mi vera con una bombilla encendida dentro. Coño! Si seguro que esto me lo sabe arreglar (llamémosle Pajcual) Pajcual!. Pajcual es un chico que en su momento decidió hacer ciencias, especializándose en Ingeniería Naval, por lo que la asociación de ideas fue inmediata: "Estudia navales, luego de agua tiene que saber por cojones". Así que corrí hacia el teléfono y le llamé, aun con dedos temblorosos.

Se acercó a mi casa, miró el aparato y tuvo la oportunidad de lucirse: "Mira, ¿ves esa cosa de ahí que parece una boya? pues esa boya va con el ganchito ese que está ahí en el centro agarrada al tubo, y hace que cuando se vacía la cisterna y empieza a llenarse de nuevo de agua, la boya empuja al tubo hacia arriba (porque flota) y así puedes volver a tirar de la cadena cuando el agua llega hasta este tope. ¿Ves?" Y me miró por un momento con un aire de superioridad que jamás podré olvidar.

Pero fue sólo por un segundo, hasta que él se dio cuenta de que lleva casi ocho años estudiando en Madrid para hacer barcos (¿?) y que para lo único que le llaman es para arreglar váteres. ASí que los dos nos quedamos sumidos en un universo de desolación y de vergüenza (aunque por causas diferentes) y nos quedamos callados durante un buen rato.

¡Qué puta pena!

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