viernes, abril 29, 2005

Castidad, verdades como puños y cintas de música

Nada de sexo mentiras y cintas de vídeo, ya no estamos a finales de los 80; si deseas abrazar la modernidad tienes que alcanzar esos tres supuestos, como bien me fue demostrado ayer.

Pero no adelantemos acontecimientos tan rapidamente. Ayer, aprovechando la dijculpita de un concierto de Hidrollenés, nos juntamos los cuatro de siempre para este tipo de conciertos. El primero de ellos me entregó los regalos de cumpleaños (que desde aquí vuelvo a agradecer). El primero fue Geometry of Love: stories by John Cheever, libro recomendadísimo por él, por lo que le daré un voto de confianza antes de descuartizarlo o alabarlo.

Pero él bien sabe como joderme porque conoce mis puntos débiles, e hizo entrega de un segundo regalo, esta vez En Brazos de la Mujer Fetitxe, libro coproducido por la Toni Morrison española y por otra filóloga (¿Se puede imaginar algo peor?). Como os pasará a todos, habrá muchas personas a las que te arrojarías al suelo a besarle los pies sin perder ni un sólo gramo de dignidad por hacerlo; otras a las que les darías la mano con un gesto cómplice; otras que te dejarían indiferente; y otras a las que mirarías con un profundo desprecio. Pues bien, Lucía Echevarría sería la única persona a la que le calzaría un buen par de oxtias gratuitamente.

Pero prometo leerlo, incluso antes que el otro libro. Es una tradición que parece perpetuarse en el tiempo: los años impares toca libro-regalo de la Luci. Pero prepárate, que Diciembre llega pronto e igual te toca en suerte algo peor. Tengo siete meses para pensarlo.


Ahora sí volvemos al concierto. Hidrogenesse fue un grupo que escuché de pasada hace años, que me pareció que tenía un par de canciones graciosas y que lo demás era para tirar directamente al cubo de la basura, por lo que tenía muchas reticencias para ir a verlos en directo. Más aún tras el txajco del concierto de Chico y Chica. Pero tras una dura sesión de ruso unas horas antes y al recordar que en casa no tenía nada en la nevera que llevarme a la boca, decidí animarme.

Y menos mal que lo hice. Aunque la calidad musical del concierto fue pobre (no esperaba otra cosa), se me hizo cortísimo. Cuando uno de los colegas que me acompañaban derrochó buena parte de su cerveza por el suelo no podía pensar que iba a servir de analogía perfecta al desparramamiento de caviar que los caracteres que asistían al concierto iban a producir. En ese concierto asistí a lo que se podría llamar la digievolución del movimiento de los modernillos. Tras una primera fase de eclosión del movimiento en la que destacan por prendas multicolor, moños enrevesados y gafitas de pasta, el siguiente estadio consiste en un "estoy en un concierto de Hidrogenesse, esto me hace modeno de por sí y todo lo demás me da exactamente igual", basado en la sonrisa cómplice, el silencio entre canciones ("corearlas es cosa de la masa, yo me las sé y no me hace falta demostrarlo"), y la apatía general con la que se mimetizaban a la perfección con el dúo que actuaba sobre el escenario. El perfecto ejemplo de esto puede ser el formado por la chica de cejas Kirguizas y el chico que le acompañaba, que fuera de la sala todos lo veríamos como un mindundi sin relevancia, pero que dentro de un concierto de este estilo se convirtió sin duda en el fuckin' master a seguir. Su estampa de la chupa de cuero colocada sobre los hombros como si de una capa del siglodeoro se tratase hizo que los pelos de mis brazos se volviesen tiesos como cutxilllas, y así siguen. Esta pareja estuvo en primera fila centrada durante todo el concierto, y ni abrieron la boca ni balancearon la cabeza durante el tiempo que duró el espectáculo; sólo sonreían al final de cada canción. Tengo tanto que aprender...

La guinda llegó al final del concierto, cuando nos dirigíamos a nuestras respectivas casas, y en plena calle Montera, él, de raíces toledanas, se percató de una caja repleta de cassettes ochenteros que descansaban sobre un cubo de basura. Fascinado ante tal dejcubrimiento fue mirando cada cinta una a una, y nos hizo partícipes del hito cuando se centró en una de ellas, un cinta casera TDK en la que estaba escrita con mimo y ciudado la leyenda Organillos de Madrid. Afortunadamente todos nos tranquilizamos mutuamente pensando que su legítimo dueño las habría cambiado a formato CD antes de desprenderse de ellas.

¿Le ayudará esto a comprender la auténtica esencia de lo madrileño?

1 comentario:

Gamo P. dijo...

No me había fijao yo en los piños de la Luci, la verdad.

Yo como Sanchez-Dragó el día que fue a su difunto programa a presentar dicho manual sobre fetichismo literario (me jode un poco haberme desprendido algo tan inútil)yo siempre me he dedicado a contemplarle las piernas.

Deu