domingo, julio 25, 2010

Touchdown!

La sequía de noticias reseñables es una de las principales características que se repite en los medios de comunicación verano tras verano. Si bien en los medios generalistas se capea el temporal recurriendo año tras año a los tópicos estivales (operaciones salida y retorno, olas de calor en la península con gente por doquier bañándose en las fuentes municipales, fiestas patronales varias con zancudos girando sobre sí mismos mientras que bajan a toda velocidad empinadas escaleras de piedra, tornados que hacen volar los tejados de las casas situadas a lo largo del medio oeste norteamericano, rebajas bimestrales en los comercios urbanos, festivales de música étnica atestados de mochileros y un larguísimo etcétera), en los periódicos deportivos se ven obligados a rellenar unas cincuenta páginas con la nada más absoluta en lo que se refiere a noticias, por lo que se fomenta un caldo de cultivo que, en mi opinión, acerca al periodista deportivo, más que a ningún otro compañero del gremio juntaletrístico, al rango de verdadero creador literario, logrando que disfrute como un enano de la rumorología y la invención de noticias propias del Marca o del Mundo Deportivo a lo largo del todo el trimestre. O al menos ha sido así hasta este año, ya que el triunfo de la selección en el mundial de fútbol nos ha privado a todos de una buena temporada de noticias de ese calibre.

En este sentido, tengo que decir que haber visto a España levantar la Copa del Mundo de fútbol me ha dejado un sentimiento de cierta indiferencia que, sinceramente, no me esperaba hace un par de meses. No creo que sea debido a una falta de identificación por mi parte, ya que, en general, siempre he disfrutado cuando las selecciones nacionales se han llevado el gato al agua en otros deportes: he vibrado cuando la pareja Sergio Rodríguez - Rudy Fernández se juntaban para marcarse un alley-hoop y romper la defensa en zona lituana capitaneada por Zydrunas Ilgauskas; he disfrutado cuando Juanín García o Talant Duishebaev atravesaban la defensa 6-0 alemana y marcaban un tanto al contrataque tras un parada de David Barrufet; he gritado cuando Santi Freixa, Pol Amat y sus secuaces lograban convertir un penalty corner frente al duro equipo australiano; me he cabreado cuando el dúo Gemma Mengual - Paola Tirados se conformaban con la medalla de plata a pesar de haber sacado las piernas del agua un par de centímetros más que las rusas y tener una nota más baja en el ejercicio libre pese a haber realizado un ejercicio mucho más creativo.



Y, desde luego, no es por animadversión hacia el balompié. Pero, a pesar de todo, el subidón adrenalínico de felicidad con la consecución del trofeo no llega ni a la décima parte del que sentí cuando el Atlético de Madrid ganó la Europa League (aunque para mí seguirá siendo, por muchos años, la Copa de la Uefa) hace un par de meses. No cabe duda de que el entrenador de la selección influye mucho (un mundial ganado por Luis Aragonés habría multiplicado exponencialmente mi grado de satisfacción), pero no es sino un factor de muchos otros que ahora no logro descifrar. Pero esto sí me hace llegar a un par de conclusiones:

- Si algún día a Enrique 'pelazo' Cerezo o a Miguel Ángel 'caracorner' Gil se le cruzaran los cables y decretara al Atlético de Madrid como una república (o conociendo mejor a los directivos, monarquía) independiente del estado español, le seguiría como el más servil de los perros falderos.

- No puedo celebrar con algarabía y charanga populachera los éxitos de la selección española de fútbol; se corre el riesgo de que bajo los colores rojigualdas se camuflen personajes del más diferente pelaje y realmente estés celebrando un título futbolístico abrazándote espontáneamentente con algún viquingo, cosa que me pone el vello de punta y que sólo aparecería -espero- en la peor de mis pesadillas.

lunes, julio 19, 2010

Suspender - Reiniciar - Apagar equipo

Retomo el bloj debido a una promesa que será desvelada si y sólo si consigo cumplirla. No había querido hacerlo antes debido a que, entre otras cosas, tenía un cierto miedo de enfrentarme, al repasar los diferentes posts que fui escribiendo, a los pocos cambios que ha sufrido mi trayectoria vital desde que empezó. Con seis años más de los que tenía cuando decidí abrir este espacio, no puedo decir que hayan cambiado muchas cosas en exceso. Sí, terminé la carrera. Sí, he orientado más o menos mi vida a grandes rasgos y tengo más o menos claro lo que quiero hacer, pero sin duda me parecen pocos avances para la cantidad de tiempo transcurrido. A grandes rasgos, continúo siendo el mismo paleto con estudios que reconoceríais en cada una de las entradas anteriores, pero con un poco menos, si cabe, de impulso juvenil que antes, y que empieza a presentar los primeros indicios de taras de señor mayor que se verán potenciadas en un futuro ya no tan lejano. Por seguir un modelo nickhornbyniano, haré con ellas una lista:

5.- La más completa de las indiferencias ante los nuevos avances de la industria tecnológica y/o cultural: ya sean teléfonos táctiles, ordenadores portátiles de última generación, películas ganadoras de varios Ojcar o hits rompepistas de los últimos grupos de moda del momento, pasan ante mis ojos como un par de pechos grandes y firmes por la cara de un lobotomizado. No niego su atractivo si cierta gente lo encuentra, pero desde luego no es para mí. Es especialmente claro en el caso de los grupos musicovocales, donde puedo casi asegurar no haber escuchado un grupo de nuevo cuño en los últimos dos años.

4.- Reticencias para conocer sitios nuevos: no es una cerrazón en redondo, pero sí me da una cierta pereza salir de las rutinas habituales y lanzarme a lo desconocido por las buenas, aunque lo desconocido sea algo tan prosaico como un bar de tapas, una sala de cine diferente o un centro comercial.

3.- Repetir en innumerables ocasiones las mismas anécdotas (generalmente con poco interés) a las mismas personas: tiene diferentes variables que también cumplo, como por ejemplo contar exactamente lo mismo que otra persona acaba de decir, repetir dos veces seguidas la misma cantinela por si acaso no se ha entendido bien la primera vez, y hacer tuya una anécdota que te ha contado la persona a la que se lo estás diciendo, donde se cumple una regla no escrita para el buen tirarrollos -plagia todo lo que puedas-, pero se equivoca la diana a la que se lanza el dardo.

2.- Respetar escrupulosamente las colas de los transportes públicos: si bien todos sabemos que las colas de los autobuses (sobre todo en determinadas paradas) son todo un descontrol, un sindiós y un vivalavirgen donde los más avispados de esta ley de la jungla municipal son los que entran primero, de un tiempo a esta parte noto una tendencia a aguardar el turno pacientemente; y lo que es sin duda peor, notar cómo se me endurece el cuerpo y se me hincha ligeramente la vena del cuello cada vez que alguien realiza la tres catorce para colocarse delante de mí. A veces tiendo a evitar dejarle hueco y obligarlo sin palabras a que pase detrás, pero de momento -afortunadamente- no he llegado al nivel de montar escándalos públicos al respecto.

1.- Hablar solo: más de una vez me he sorprendido a mí mismo vagabundeando por las calles de la capital del Imperio, farfullando entre dientes sin la ayuda inestimable (y que sirve de excusa juvenil) de un emepetrés para decir en tu defensa que estas canturreando un politono; al contrario, (todavía muy) de vez en cuando se escapan pensamientos reales en voz alta en las ocasiones menos adecuadas. De aquí a conversar con Manuel Torreiglesias al otro lado de la televisión o expresar con insultos la amoralidad de los personajes malvados de una telenovela cualquiera hay sólo una delgada membrana que atravesar.

domingo, enero 18, 2009

Mordieron los limones (y V)

Aquél día salí de clase sin dejar de pensar en el proyecto de ciencias. Estaba claro que el día clave era hoy. Si todo salía como había planeado alcanzaré la fama mucho antes de lo que creía. Saldré en las portadas de todos los periódicos importantes. Noticias del Mundo me dedicará un monográfico. La prensa extranjera –The Sun, Daily Mirror, Bild Zeitung- se rendirá a mis pies: “El jovencito Frankenstein del Ampurdán”; “El doctor Salisachs catapulta al hombre a las estrellas”. Seguro que también habrá algún envidioso que recelará de mí, que se preguntará si no tengo corazón, pero eso a la larga dará igual. Eran las dos y media de la tarde, mi madre no esperaba en la puerta de la escuela y emprendí solo el camino a casa. Hacía mucho calor. A lo lejos podía sentir un rumor de obras: alguien estaba horadando el asfalto con un martillo neumático. Al otro lado de la carretera, unos operarios estaban embelleciendo el paisaje colocando un anuncio de Benetton en una valla publicitaria. Cuando doblé la esquina no había señales del negro. El quiosco también estaba cerrado. No tenía ningún dato empírico que lo demostrase, pero estaba convencido de que mi corazón no había bombeado sangre con mayor celeridad en toda mi vida. Aún así, tenía que mantener la calma para no llamar la atención de algún vecino. Nada más abrir la puerta de casa me di cuenta de que todo había salido como esperaba. Saqué del frigorífico un cartón de zumo de melocotón y uva que tomé lentamente pero de un sólo trago mientras escuchaba, satisfecho, los golpes sordos, rítmicos, los alaridos que provenían de la habitación. Pero para estar seguro al cien por cien tenía que hacer una última comprobación: me dirigí de puntillas hasta la puerta que amortiguaba el restallar del experimento, la entreabrí delicadamente, eché un rápido vistazo y volví a cerrarla con el mismo cuidado. Lo había conseguido. Saqué el cuaderno donde guardaba el progreso de mi proyecto, me senté a los pies del carillón del salón y, con la sonrisa del trabajo bien hecho, anoté las conclusiones: “Todas las pruebas apuntan al éxito. El origen de los poderes de Spider-Man. El arraigo de los esquejes. La existencia del ligre. Las teorías de Mendel quedarán reducidas a cenizas. Lo siento por papá, pero tiene que comprender que el triunfo de la Ciencia debe estar por encima de cualquier interés personal. Dentro de nueve meses me convertiré en el hermano mayor del Hombre Ácido”.

viernes, enero 16, 2009

Mordieron los limones (IV)

Durante todo el mes siguiente mi madre y yo continuábamos con nuestra rutina: me recogía en el colegio, nos encontrábamos con el negro, me daba dinero, se quedaba allí, compraba un tebeo de superhéroes a sus espaldas, volvíamos a casa. Mi madre al principio había pasado por una etapa hostil cada vez que le pedía dinero. Me decía que las monedas no las regalan en las Tómbolas (eso ya lo sabía), y que cómo un hijo tan tonto como yo podía salirle tan caro. Más adelante me lo daba bastante más indiferente, después alegre, y terminó por dármelo antes de que se lo pidiera. A veces me daba dinero de más y me pedía también que me pasara por la carnicería, el estanco o la tienda de ultramarinos para comprar las cosas más peregrinas y que más adelante raramente utilizaba. Estos sitios quedaban bastante lejos del quiosco y tenía que dar una vuelta un poco más larga, pero me venía mejor. Así me daba tiempo a leer el cómic antes de llegar a casa. Un día, cuando volví a la esquina donde se encontraban mi madre y el negro, me fijé en que ella también estaba intentando morder un limón. Tenía ya una buena parte de él en la boca, pero debió de ocurrirle lo que a mí: sólo dejó una leve marca de sus dientes en la piel del limón y se lo devolvió a su legítimo dueño mientras le miraba fijamente y sonreía, de oreja a oreja, como él. Así que, por este lado, todo marchaba tal y como lo había previsto.

Era la parte más cerebral del experimento, los tebeos, lo que me llevaba a las conclusiones más claras. De no haber sido así, habría dado marcha atrás con mi plan antes de que se cumpliera. Tras haber leído los orígenes de unos cuantos superhéroes había llegado a unas conclusiones diáfanas que anoté en la bitácora del proyecto: Spider-Man había conseguido sus poderes gracias a la mordedura de una araña radiactiva. El Capitán América recibió los suyos tras haberle sido inoculado el suero del supersoldado. Todo el cuerpo de Estela Plateada fue imbuido por el poder cósmico de Galactus. Los Cuatro Fantásticos se convirtieron en tales después de que los rayos cósmicos atravesasen sus cuerpos en el espacio exterior. Todos los X-Men sin excepción habían heredado sus poderes de nacimiento gracias a la particular genética de sus progenitores. Capa y Puñal fueron los conejillos de indias de una droga experimental de desastrosos resultados. Jack Napier resbaló y cayó en una tinaja a rebosar de residuos tóxicos antes de convertirse en el Joker. El Caballero Luna estaba poseído por una deidad del Antiguo Egipto… Todo está tan claro que hasta da miedo que nadie se haya dado cuenta antes.

Llegó el día en que mi padre, intrigado por el devenir de mi proyecto, me pidió que le dejara leer el cuaderno del experimento. Al principio me negué, le dije que era algo muy personal y que todavía no había llegado a mi objetivo principal. Pero él insistió. Me dijo que la semana que viene tenía que ir a la capital y que nada le molestaría más que presentara el proyecto en esos días sin que él se hubiese enterado de nada. Así que al final cedí y se lo dejé. No podía dejar de reírse a carcajadas cada vez que leía una frase. Al final lo cerró y me preguntó que si no me había entendido mal y el proyecto era de Literatura, porque de Ciencias Naturales ese desvarío sin pies ni cabeza no podía ser en absoluto. ¿Superhéroes? Jaumita, por el amor de Dios, pensaba que a tu edad ya no tendría que explicarte esto, pero ¿acaso has visto alguna vez a un tipo con leotardos chillones sobrevolando la ciudad? Si presentas esto en clase vas a hacer el mayor de los ridículos. Si quieres, puedo ayudarte a sacar un plan B para salir del paso. Quizá alguna bomba fétida o algo por el estilo…

Me puse rojo de ira y me encerré en mi habitación. No había entendido nada de lo que había escrito… pero bueno, mejor. Este pobre idiota se merecía todo lo que le va a pasar y no tendré ya ningún remordimiento por ello. Además, que se largue de casa durante una semana y que mi madre ni se haya dado cuenta de que justo la semana que viene empiezo el horario reducido de verano facilitará y mucho las cosas.

miércoles, enero 14, 2009

Mordieron los limones (III)

Mi madre vino a buscarme todos los días a las cuatro y media a la escuela como prometió, aunque dejó claro que lo hacía a regañadientes. Según ella, tenía que sacar muchas figuras que quedaban escondidas a los ojos de los demás en sus piedras de granito. Es extraño, porque yo siempre he pensado que si están ocultas en el pedrusco por algo será. Si quisieran exhibirse como un caballo encabritado, como el rostro del Papa Juan Pablo segundo o como un peine de cien metros de largo ya lo habrían hecho por ellas mismas desde hace tiempo, y si lo haces contra su voluntad milenaria sería algo así como vulnerar su derecho neolítico a la intimidad. Pero bueno, no soy quién para preguntarme esas cosas, mi interés por la escultura y el arte en general es escaso. Lo mío, que quede claro, es la Ciencia.
Seguimos caminando hasta que, al doblar la esquina, el negro, alto e imponente como un gigantesco totem de látex, volvió a aparecer. Parecía ser de ideas fijas, ya que de nuevo se estaba tomando su limón a la hora del té. Me reconoció y me saludó amistosamente. Le devolví el saludo y, en ese momento, fingí que acababa de recordar algo muy importante. Le di un leve tirón a las faldas de mi madre y le pedí una moneda de veinte duros para comprar algo que necesitaba para el experimento. Mi madre debió de pensar que actuaba así porque el negro me daba miedo, asco o ambas cosas; así que me dio el dinero y, para dar ejemplo, se quedó hablando con él de lo típico que se comenta con un desconocido para romper el silencio incómodo: del tiempo, de lo que había subido el pan, de los nuevos centros comerciales... Entre tanto, con toda esa fortuna entre mis dedos, me planté en el quiosco y me compré un tebeo de Spider-Man con la portada a todo color en la que aparecía luchando contra un señor muy viejo con unas alas enormes al que llamaban el Buitre. Lo guardé dentro de la mochila, escondido entre los libros de texto, y volví al lugar donde estaban esperándome el negro y mi madre en menos de cinco minutos. Ella me dio una afectuosa colleja, me preguntó dónde coño me había metido y se despidió cortésmente de él.

Cuando llegamos a casa mi padre estaba viendo un documental que emitían en el UHF sobre el mundo vegetal. Al parecer, los botánicos a lo largo de los siglos habían catalogado los árboles en diferentes familias, y mediante injertos de ramas de un árbol en otros árboles que exteriormente nada tenían que ver con él pero que formaban parte de esa misma familia, habían conseguido que esas ramas prosperaran, se enlazaran en ese árbol y dieran unas veces su fruto originario y otras veces el fruto del árbol parasitado con algunas propiedades-sustrato del suyo propio. Esto me interesaba. Saqué el cuaderno que tenía preparado para anotar la evolución de mi proyecto de clase y lo escribí. Mi padre dijo que mediante los injertos se había conseguido que las aceitunas salieran rellenas de anchoa desde el propio árbol, pero eso no lo escribí porque creo que estaba bromeando. Una anchoa es un pez.