domingo, diciembre 19, 2004

Vacaciones en Sodoma

Santiago

cíclopes anoréxicos y verdes
lenguas de sol grises y secas
un paseo a tres gritos: la ciudad.


LUIS LUNA



Según se va acercando la Navidad pasear por el centro de la ciudad se asemeja cada vez más a un deporte de riesgo. El ayuntamiento debería contratar a algunos señores que se encargasen de varear a las masas enfervorecidas que se abalanzan a buscar los regalos de los que más tarde se desentenderán, achacando su desmedida cutrez a que los haya elegido Papanöel o los Reyes Magos, según sea la costumbre de la familia publicitaria o tradicionalista. He tenido que caminar unos doscientos cincuenta metros a contracorriente por mi falta de previsión, mientras una miríada de marujas (las putas dueñas de las calles, ríete tú de las bandas macarras que pintó tan bien Walter Hill en su deliciosa Odisea moderna, la minimalista The Warriors) te empuja, te mete prisa, te acorrala y te insulta a la más mínima oportunidad que encuentra.


Después de intentar atravesar la calle de lado a lado un par de veces sin éxito, he dejado que la marea humana me arrastrase hacia donde querían ir, y he pasado una bonita tarde en la Fnac mirando embobado libros, dijcos, librodijcos, IPODes y demás trastos. A ver si alguno de estos me inspiraba lo suficiente para empezar a valorar el tipo de regalo que tengo que hacer para esa tradición tan superpopera y quinceañeril, pero que precisamente por eso sigo conservando y sosteniendo con tanto orgullo, como es la del amigo invisible. Como conozco los gustos de la persona que me ha tocado (afortunadamente), no tengo por qué darle demasiadas vueltas a la cabeza. Ya lo compraré otro día, que todavía me duelen los güesos de los empujones de hoy.

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