viernes, diciembre 17, 2004

Encuentros en la tercera edad

El número de historias apasionantes por metro cuadrado que pueden tener cabida en el interior de un transporte público es prácticamente ilimitado. Hoy he podido presenciar de primera mano una de ellas en la que han intervenido tres personas diferentes, a saber: una mujer de unos treinta años procedente de alguna de las nuevas repúblicas bálticas y ex soviéticas, un señor decente entrado en años que blandía entre sus labios orgulloso y amenazante un típico palillo hispánico (no hay que confundirlo con el palillo chino, mucho menos útil, manejable y cool que el patrio) que encaja perfectamente en el arquetipo que tengo de la frase todo un caballero, y un pobre diablo que al parcer debió catar unos manises en mal estado después de haberse tomado una botella de güijqui y le sentarían mal, que iba dando cabezadas en el asiento contiguo al de la chica ya presentada. Es decir, estamos hablando de un clásico triángulo amoroso.

La acción comienza nada más montarme yo en el metro, donde sabiamente me coloco en frente de la pareja borracho-rusa, donde el chico gracias a la táctica de hacerse el inconsciente (era sencillamente BRUTALLL darse cuenta de cómo entreabría los ojos para ver si la chica estaba desprevenida mirando para otro lado) conseguía de cuando en cuando y excusándose en un posible movimiento del vagón, posar su cabeza entre los senos de la chica, para después volver a erguirse y seguir haciéndose el inconsciente/dormido. La chica aguanto esta treta por tres veces, a la cuarta y fingiendo que tenía que bajarse en la siguiente parada, huyó cagando oxtias de allí y decidió sentarse en el asiento libre que quedaba junto al tercer personaje en cuestión, el abuelo putoamo, que muy amablemente empezó a darle conversación. Primero poniendo las típicas excusas en contra de la juventud actual (con las que estoy completamente de acuerdo) y en favor de nuestra nacionalidad: "no te vayas a creer que todos los españoles somos así, ¿sabes?, lo que pasa es que el chaval ese de allí está un pocooooo...(gesto con la mano simulando un porrón) tocao del ala, normal". La voz del señor mayor era cavernosa, dura, como curtida por la inhalación de cientos de miles de Ducados mientras esperaba sentado a que le tocase algún premio en la tragaperras de su bar preferido; sin embargo la chica debía de hablar mal el español o al menos muy bajito, y no conseguí entender nada de lo que decía, si es que decía algo; por lo que la charla en realidad fue un monólogo del caballero andante cincuentón, que hablaba a voz en grito, y del que sí se podían extraer frases del tipo: "tú no eres de aquí, ¿verdad?"; "¿y estás trabajando?"; "claro, porque allí igual estáis como estábamos nosotros antes, que nos teníamos que ir a Alemania, a Alemania, que mira que está lejos, y allí tol día dale dale y dale, ¿me entiendes?". El hombre se iba creciendo por momentos, consciente de su superioridad lingüística y moral y la seguridad que le daba el saberse mejor que el borracho compañero de la mujer en la parte anterior. Empecé a agudizar aún más el oído a partir de la pregunta "¿Y dónde vives tú? ¿Porque vivirás sola, o con alguien?" en el que comencé a notar que en realidad bajo el manto de caballero atento y servicial con el que comenzó su charla, se escondía un auténtico gigoló, una bestia sexual que, una vez divisada y seleccionada la presa, procedía a saltar sobre ella y devorarla como bien muestran estas últimas frases suyas: "Niña, no me estoy enterando de nada de lo que estás diciendo, ¿tú me entiendes a mí? ¿Me entiendes tú a mí?, para terminar con un apoeósico y castizo "Mecagoendios hija mía, estás pa ponerte un piso" final.

Lo que no entiendo es por qué la chica salió corriendo del metro en la siguiente parada, seguramente debió olvidarse algún bártulo en la estación donde tomó el tren y querría volver a recuperarlo.

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