jueves, diciembre 30, 2004

Cuatro Rosas

Hoy ha sido la cena del Amigo Invisible, y me ha deparado todas las sorpresas que esperaba de ella, e incluso alguna extra.

Una velada de semejantes dimensiones quedaría coja si no fuese acompañada por un marco de calidad insuperable: mis compañeros tuvieron a bien seleccionar como recinto el típico bar insalubre, con clientela fija habitual a la que el dueño tiene que echar a patadas del recinto, sus palillos (cada vez me encuentro más fascinado por este utensilio, el que lo inventó debió ser un auténtico genio del minimalismo y el art decó adelantado con mucho a su tiempo) de doble filo que en nada tienen que envidiar a las mariconadas esas del palillo con una de sus partes roma, sus máquinas tragaperras luminosas y resplandecientes que te atraen como la luz violeta de una lámpara atrapamojquitos, y su bodega-almacén transformado por arte de birle y birloque en salón-comedor ubicado en el sótano del local, con su ecosistema propio que lamentablemente tuvimos que transgredir al tener que matar un par de cucarachas durante la cena, y su maître con sus manos callosas y sus uñas como pozos petrolíferos sirviendo cada una de las raciones más aceitosas y empalagosamente fritas que jamás os hayáis podido imaginar. Es decir, estaba en mi salsa.

Para poder soportar la tensión anterior y posterior a los regalos, procedí a beberme una cerveza tras otra. Cuando conseguí alcanzar el estado perfecto para poder mostrar felicidad aunque el regalo no me gustas absolutamente nada, llegó el momento de repartirlos. La novia de mi más mejor colega de la facultad fue la que me tuvo que ingeniárselas para regalarme algo, y lo hizo con unos detallitos que no dejaban de ser las típicas pijaditas ilusionantes sin ningún beneficio ni utilidad a corto-medio-largo plazo, pero que estaban muy curradas y me gustaron, así que no hizo falta mi medioborrachera para mostrarme contento. Por mi parte le regalé ObrasCompletas de los cuentos de Julio Cortázar a mi amiga Marta, que siempre ha sido muy fan tanto del género cuentístico como del susoditxo ejcritor. Por lo que ha sido un regalo, si bien nada original, sí al menos interesante (eso espero, igual se ha leído todos y el libro solamente le sirve para calzar alguna mesa).


Dentro de los otros regalos he de decir que me parece realmente INDIGNANTE el hecho de que un chico le regale a otro (ademas fan del fútbol y aborrecedor de todo lo jipi) una esterilla mini y un atrapasueños. ¿Pero en qué clase de mundo vivimos? Ni a mi peor enemigo le regalaría algo tan cutre. Al menos al tercer regalo (unos dados de madera maciza) sí se le puede sacar algo productivo echando una partida con loj colegas en el típico bar de barrio con diana al fondo, entre chato y chato de vino; por lo que sólo por esto le salvó de quedar como el más cutre con diferencia de todos los presentes.

Después vino la típica salida de bares para tomar cervezas en la que poco a poco se fue despidiendo la gente, hasta verme completamente solo a las tres de la mañana dispuesto a tomar el Búho en Cibeles.

Pero el Destino aun me tenía que deparar otra sorpresa más.

Una vez estaba ya montado en el autobús me encontré con el Responsable de Historia de la Comisión Federal del Foro por la Memoria con el que no se me caen los anillos al decir que es colega mío de toda la vida, entrando por la puerta borracho como una cuba y dando tumbos, mirando al suelo y sonriendo entre dientes. Le doy una voz y me levanto para sentarme al lado suyo, esperando que compartiera conmigo el caviar suficiente para no lamentarme de haber abandonado a la típica quinceañera bakala que se sentó a mi lado. Afortunadamente así fue, y nada más arrancar el autobús cogió su mochila y sacó una botella de Four Roses medio vacía y dos vasos de plástico. Yo no soy muy fan del güijqui, y mucho menos calentorro y a palo seco, pero, ¡qué coño! estamos en Navidad y un día es un día, así que acepté gustoso. Después me pidió un cigarro y yo, tras hacerle las típicas observaciones cívicas de rigor diciéndole que no es de recibo fumar dentro de un transporte público y menos con las ventanas cerradas, porque está prohibido y además puedes molestar a la gente que viaja en él, se lo tendí. El lo aceptó y lo encendió. Por mi parte no volví a darle ningún reproche, yo ya había cumplido con mi tarea de ciudadano cívico y lo que hiciera con el cigarrito me daba exactamente igual. Algún día tengo que reflexionar acerca de por qué la mayor parte de mis colegas son tan ajquerosamente juveniles que gozan de mezclar transporte público de la E.M.T. y tabaco pfffffffffffffffffffff, pero eso sería otro tema.

Mi colega balbuceaba algunas frases inconexas que no lograba entender del todo, pero que debían ir referidas a que había descubierto que había mucha gente que, harta de celebrar la nochevieja el día 31, le daba por celebrarla el 30, que había menos gente y se lo pasaban mucho mejor, mientras repetía: "Cinco mil personas en la puerta del Sol, ¡Cinco mil personas!"

Una vez llegamos al barrio lo primero que hice fue llevármelo a un paf para que aumentase más aún si cabe su cogorza, como así fue. Tuve que acompañarlo a su casa, pero se repuso por el camino y me dijo que esperase un momento en el descansillo de su portal, que bajaría con algunas cervezas de su casa y charlaríamos un rato. Y a mí no dejaba de venirme a la mente Trainspotting. Sobre todo porque le estuve esperando (Como Dios manda!); y cuando bajó con sus 4 cervezas cogidas de mala manera, como si tuviera una parálisis en las manos, y me guió hacia los sótanos de su bloque. Ahí conseguí hablar con él durante unos 10 minutos antes de que el sueño le pudiese.

Afortunadamente antes de que eso pasase conseguí quedar con él para mañana, y así poderle restregar todo esto como dios manda.

Qué dura es la vida del político.

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