martes, diciembre 28, 2004

Lo que aún nos queda por aprender

Hoy me he ido a tomar unas cervezas con mi chica-becaséneca-favorita-de-Granada y mi futura-amiga-invisible, y nos hemos dedicado durante toda la tarde a la evangélica tarea de despellejar a los ausentes; es decir, otro día rutinario más sin nada que destacar.

De no ser, claro, por la súbita aparición de un grupo de cincuentones que se han apoderado en un sólo instante del local y se ha dedicado a recuperar con gran jolgorio por su parte esas preciosas tradiciones que los jóvenes de hoy hemos olvidado completamente o que hacemos por compromiso sin poner ninguna gracia en ello, como son los villancicos. Han caído todos: El Tamborilero Hacia Belén va una burra, Los peces en el Río, 25 de Diciembre y tantos otros, que hicieron que nuestra conversación cambiase de rumbo por un momento y las chicas empezasen a divagar: una diciendo que no se sabía los villancicos porque en su familia no es tradicional cantarlos; la otra porque está bastante más aficionada a los villancicos rocieros más que por los castellanos puros. Yo me disponía a comenzar una típica disgresión de las mías pensadas en el momento y que no tienen ni pies ni cabeza, acerca de que los villancicos tradicionales son las canciones más macarras del mundo, que ríete de los niñatos que escuchan con asiduidad a Def Con Dos o Sociedad Alcohólica para creerse los tipos más duros y amorales e inflamar su ego (cosa que en realidad ni siquiera es así, los verdaderos amorales son los que, conociendo el tipo de sociedad en la que viven, eligen escuchar la música tontipop sin mensaje, o directamente cualquier tipo de música sin letra).

Pero en medio de mi speech de nuevo me vi cortado por (benditos sean) ese grupo de quinceañeros de corazón y cincuentones de físico que, tal y como me confirmaron mis dos amigas que estaban poniendo la oreja igual que yo, comenzaban a ponerse de acuerdo en su nuevo catálogo de canciones, que iba a consistir en: una canción por comunidad autónoma. Y así lo hicieron, formando un conglomerado del tipo:

ondiñas veeeeeeeeenen....
...Asturias de mis amoressssss...
...con la falda arremangadaaaaaaa...
...que no quiere ser francesaaaaaa...
...tornarà a ser rica i plena...
...es la tierra de las flooooresss...
...es el chulo que casti-ga...


Y así durante más de media hora. Pero cuando llegó el turno de cantarle a Extremadura, todos se quedaron en blanco, decidieron obviarla y pasaron a la siguiente comunidad. Y esto lleva a mi reflexión de hoy.


Extremadura es la típica comunidad-fantasma que no interesa a nadie que viva fuera de ella. Estoy seguro de que si se hace una encuesta en la península en la que se pida que se destaque algo extremeño que no sea el jamón pata negra, una gran parte de la población no tendría ni pajolera idea de qué responder. Es más, estoy completamente seguro de que si en Extremadura existiera un nacionalismo emergente, y se diera con un plan Joseluisrodriguezibarretxe, no habría ningún problema para darles la independencia desde la Administración central.

Y que conste que no tengo nada en contra de los extremeños, de hecho tengo muchos amigos que lo son (cámbiese la palabra "extremeños" por "homosexuales" o "gente de color" y creará el típico tópico de los programas-entrevista a lo Alicia Senovilla o AnaGarcíaLozano) y comparten esta opinión al ciento por ciento.

¡Qué pena!

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