martes, diciembre 07, 2004

D.E.P.

Hace escasamente una hora ha muerto mi abuela. Era la última que aún vivía de mis cuatro abuelos. Hoy quiero dedicarle este blog.

Ha muerto a los 101 años en el pueblo en el que nació y vivió durante toda su vida. Sólo ha conocido las caras de las cerca de doscientas personas que viven allí. En su partida de nacimiento indica un nombre; en la iglesia del pueblo estaba firmada bajo otro nombre, y en la calle la conocían por otro completamente distinto, por lo que nunca supimos cómo se llamaba verdaderamente.

Nunca pesó más de cuarenta y cinco kilos y tuvo siete hijos y cuatro abortos; ha vivido la guerra y la postguerra. Ha visto caer monarquías y repúblicas, y para ella nada de eso tuvo nunca el más mínimo interés, porque su vida siempre fue igual de dura. Primero porque no dejó de trabajar en el cammpo hasta los setenta años, cuando le empezaron a fallar las piernas y tuvo que comenzar a acompañarse con muletas para pasear por la plaza del pueblo. Cada año sus paseos eran más cortos. Segundo, por la batalla que los propios hijos que se quedaron en el pueblo empezaron por su herencia, delante suya y aún en vida. Es nauseabundo ver cómo se pelean por cuatro putos duros de mierda estas mentes catetas cerradas de pueblo. Muchos, al ver que vivía tanto la repudiaron y no quisieron cuidarla, pero mi abuela, en ese extraño afán de querer defenderlos hiciesen lo que hiciesen, siempre les encontraba alguna disculpa por su comportamiento. Yo dentro de un par de horas estaré estrechando sus manos en señal de duelo, a esa gente que sólo merece mi más completo desprecio.

Hace más o menos cinco años, le dio un derrame cerebral del que los médicos le dieron muy pocas esperanzas de poder salir. Al saberlo, toda la bandada de buitres se cernió en torno a ella. Pero ella se repuso del todo, y muchos de mis tíos se fueron refunfuñando a sus casas. Desde entonces no he vuelto a ir al pueblo; me dan vergüenza ajena.

Pero prefiero hablar de mi abuela. Recuerdo cuando yo era un crío, con cuatro o cinco años, y me regalaron un dinosaurio hinchable de más de un metro y medio de alto, y lo colocaba en la puerta de la habitación de mi abuela para que se asustase cuando la abriera. Mi abuela le tenía pánico a ese bicho.

No sé qué más escribir, me están metiendo prisa porque tenemos que coger el coche e irnos ya. Supongo que pasado mañana volveré y terminaré este blog de la mejor manera posible.

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