miércoles, mayo 04, 2005

Roza las alas al azor

Ayer tuve la suerte de reunirme en Madrid con la walkyria de Ciempozuelos, el embajador de Coslada y la embajadora de Pozuelo, todos ellos pueblos colindantes a la capital, para -en un principio- ir al cine. Lamentablemente no hubo consenso, y mi democrática medida al elegir la película al más puro estilo Planetadelossimios abriendo la Guía del Ocio por una página al azar y poniendo el dedo índice sobre una de las películas en cartelera no fue tenida en cuenta.

Afortunadamente siempre hay un plan B; en este caso fue lanzarnos en la bújqueda de un bar para tomar cervezas hasta el anotxecer. Pozuelo se replegó pronto, y sólo quedamos Coslada, Alutxe y Ciempozuelos representados en la mesa de diálogo. Creo que es el día perfecto para hablar de ésta última, a la que llamaré Lourdes para que conserve su anonimato.

¿Por qué he llamado a Lourdes la Valquiria de Ciempozuelos? Posiblemente porque sea la única chica de largos bucles dorados (naturales aunque tenga la fea costumbre de teñirse las raíces y las cejas de negro), de grandes ojos verdes, de grandes pechos color carne, de gran boca cavernosa y de grandes manos y pies de toda esa población, tan sureña, tan colindante con Toledo, con todas las virtudes y defectos que ello conlleva. Hacía mucho tiempo que había perdido contacto con esta chica, y la verdad es que me alegro de volverla a ver.

Algo de su personalidad es magnética. La mejor manera de intentar describirla es (plagiando descaradamente a Niche, que para algo tengo un papel compulsado donde pone que soy experto en su filosofía) que es un puente tendido entre el buenrollismo (reflejado en sus gustos musicales tan de M80 o de colecciones de CD's de El País) y el carisma. Siempre he sentido cierta predilección por las personas que no se dan ínfulas de nada, pero que crean un buen ambiente y que saben cómo contar una historia divertida. Lourdes es todo esto y mucho más una vez que se ha tomado más de dos mojitos y pierde la (escasa) vergüenza que le queda para vomitar al exterior todo lo que lleva dentro.

Ayer nos juntamos los tres y comenzamos a rememorar los buenos y viejos momentos pasados; contando las batallitas que nos sucedieron a los tres hace ya años, que posiblemente por recordarlas las añoremos; pero que sabemos que han quedado ya atrás y difícilmente puedan volver a suceder. Por supuesto también nos dedicamos al Ikebana matritense, el noble e inmemorial arte que cultivan sus ciudadanos al despellejar a sus conocidos comunes, a soltarnos pullitas verdaderamente hirientes pero que se quedan en nada al ser asfixiadas en esa atmósfera de colegueo.

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