jueves, septiembre 18, 2008

Cambio de look

Hace un par de días decidí innovar un poco y cambiar mis -ya algo repetitivos- hábitos psicoestéticos, que básicamente consistían en (a falta de cabello en el cráneo) o bien una línea vertical que dividiera verticalmente el mentón en dos, o bien una profusa barba descuidada de más de una semana, hija sin duda de la pereza y la dejadez más que de una planificación selectiva para llegar a parecerme a algún hirsuto icono del comunismo, el Islam o la mendicidad.

Muchos de los lectores machos de este blog habrán realizado pruebas más de una vez (y quien no lo haya hecho no sólo no tiene alma, sino tampoco habrá disfrutado mínimamente de su primera juventud) en el momento del afeitado con su vello facial: unas patillas de hacha que casi enlazasen una con otra, un bigote al viejo estilo hitleriano o un afeitado de sólo la mitad de la cara; para después hacerse un par de fotos y volver a la imagen tradicional. Pero un bigote, un bigote... un bigote es un oscuro objeto de deseo para el hombre, atrayente y repulsivo a la vez. No hay nada, ni el devenir de las grandes fortunas, ni los estraperlistas, ni siquiera la propia familia Franco-Polo, que haya sufrido más la caída del régimen dictatorial que el descrédito y el aislamiento al que se ha visto sometido el cultivo a la imagen del mostacho, convertido en todo un símbolo de derechas. ¡Una clara injusticia!

Así que ni corto ni perezoso, me deshice de la pelusa vertical de la barbilla y, como si estuviera utilizando un delicado ejercicio de Photoshop, corté y pegué horizontalmente hasta dejarlo encima de mi labio superior. Y esta vez se ha quedado ahí de verdad.
Durante estos dos días he estado recabando opiniones de todo tipo acerca de esta nueva imagen y los resultados han sido los esperados. La comparación más común ha sido "Pareces un guardia civil", seguida muy de cerca por "los grises" y "la secreta". La última ha sido una que considero bastante acertada: el bigote le daba la sensación como si estuviera de mala hostia permanente. Y el caso es que, cuando me miro al espejo, al no estar todavía acostumbrado a él, me da algo de miedo. Parece como si hubiera ganado años de la noche a la mañana, como si estuviera aún más amargado, más solo, peor.

Pero me gusta. De momento se queda ahí por tiempo indefinido.

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