domingo, octubre 26, 2008

La pantera de Rilke

Ayer fui a hacer unos recaos a una caja de ahorros de la que, para no hacer publicidad gratuita -y mucho menos en este caso- diré que tiene un oso verde como emblema y utiliza el nombre de la capital del estado en su marca. Hace tiempo solía acudir a otra oficina de esta misma entidad bancaria, a la misma distancia desde mi casa que la nueva, pero dejé de hacerlo. ¿Razones? Hay cientos, pero quiero centrarme en dos.

La primera es puramente paranoica. Para poder acceder al interior de la oficina había que pasar por un arco voltaico, por lo que tenías que dejar todos tus objetos metálicos (emepetrés, gafas, navajas, teléfonos móviles...) en unas taquillas situadas a la entrada. Esto hacía no sólo que estuvieras mirando de reojo continuamente las taquillas mientras que hacías cola, no fuera a ser que algún espabilado se fuera a quedar con todos tus queridos cachivaches; sino que empiezas a preguntarte por el porqué de tanta seguridad. Es cierto, es Aluche, pero no estamos hablando de Beirut o de algún instituto peliculero americano antes de que entre en acción el profesor-exmarine protagonista, así que tanta seguridad te hace sospechar de cualquier cosa. Por lo tanto, voy a la otra que, aun estando sobresaturada por centenares de personas mayores (que posiblemente la hayan elegido por las mismas razones que yo), no dispone de tantos adelantos tecnológicos, lo que me hace sentir mucho más calmado.

La segunda razón es mucho más siniestra. Reconozco que en muchas ocasiones soy un antisocial, pero cuando voy a un sitio por obligación, no me gusta mantener conversaciones informales con desconocidos. Lamentablemente en la primera oficina (a partir de ahora llamada Alcatraz) despachaba un hombre con hondas inquietudes acerca de la vida de los demás, lo que enlentecía sobremanera su labor. Hasta ahí puede ser más o menos comprensible. Pero en la época cuando yo asistía a Alcatraz, generalmente lo hacía porque aún tenía que pagar la matrícula universitaria en varios plazos. Cuando él echaba una hojeada a los papeles y veía que eran de Filología Hispánica, invariablemente preguntaba: "He tenido una duda desde siempre que a lo mejor tú me puedes responder... ¿Cuántas palabras tiene el español?"

Una pregunta muy lícita por otra parte, y que me hacía sentir moderadamente útil. Cuando le respondía, me daba las gracias, después recogía los billetes (primero del Príncipe Felipe con muchos ceros, más tarde otros más feúchos de color amarillento sucio). Pero cuando volvía a los dos meses a pagar el segundo plazo, repetía la misma pregunta. Y también en el tercero, en los del año siguiente y en unos cuantos años posteriores. Al principio lo achacaba a un descuido momentáneo, pero al repetirse la pregunta hasta el infinito fui cayendo en un estado de perpetuo Deja vú cada vez más cargante que tenía que eliminar como fuera.

Pero lo peor de todo sin duda eran mis respuestas. Como, obviamente, no tenía -ni tengo- ni pajolera idea de cuál es el número exacto -ni aproximado- de vocablos -¿qué es un vocablo?- admitidos en nuestro idioma, para no responder con un humillante "no lo sé" lanzaba en cada una de mi visitas números al azar con mi mejor cara de póquer: 6.000, 50.000, 300.000 ("¿Tantas?" "Sí, claro, si seguimos el panhispánico de dudas -no lo olvidaré jamás-"), 180.000, y un sonrojantemente largo etcétera.

3 comentarios:

Gamo P. dijo...

Quizá por ser de los menos barrocos creo a bote pronto que acabo de leer uno de los posteos tuyos que más me han gustao.

PS. la palabra clave que me sale pa poner el post es 'humirri'

Gachas dijo...

Chopen: hoy entro por primera vez aquí. Me gusta muchérrimo la foto de Leti cabezona y anoréxica. Enhorabuena. Seguiré entrando y te linkearé en el mío cuando tenga un ratillo hacendoso.

Chopenjagüer dijo...

Pablo Gamo: parece que ya está rondando la aparición de la palabra Biruji en este blog. Cuando eso llegue, lo celebraré a bombo y platillo.

Gachas: a pesar de la evidente incompatibilidad entre su nickname y el nombre de este blog, es más que bienvenida a campar por estos lares todo el tiempo desee.