domingo, abril 06, 2008

¡Por España!

He de confesaros que una de mis grandes pasiones actuales es el mundillo de la Hípica y, dentro de ella, el subgrupo correspondiente a las carreras de caballos. Es una pasión reciente, ya que hasta hace un par de años no había sentido ningún tipo de atracción hacia el modus vivendi equino, o a los desvelos diarios de todo buen criador de potrancas. De hecho sigo sin tenerlos, ya que mi principal punto de atracción (y que lo acerca más a una nueva excentricidad que a cualquier otra cosa) estribaba en el nombre que los dueños de los caballos ponían a sus vástagos: Murmullo Wells, Menesis o El Gañán son algunos de los -muchos- nombres de estos bólidos con quijada que clavan sus pezuñas en lo más hondo del velódromo para dar una alegría a los innumerables ganapanes que se trasladan a la Zarzuela para apostar por ellos.
Pero hay que reconocer que si este fuera su único aliciente se podrían disfrutar sin más interés desde la intimidad de tu casa tumbado en tu sofá favorito. El verdadero aliciente de las carreras de caballos se encuentra en el público que asiste a verlas: No sé hasta qué punto los sociólogos o los intelectuales marxistas (si aún queda alguno) están al tanto del microcosmos existente en estos eventos, pero en ningún otro evento he visto tan bien diferenciadas dos clases sociales: por un lado tenemos a auténticos señoritos andaluces, con pantalones de cuero, camisas escarlatas y sombreros cordobeses; por otro lado aparece la turba de desdentados, con manchas de grasa en sus camisetas de merchandising de alguna empresa multinacional y que arrastra a a su progenie de futuros piojosos pedigüeños a base de bofetadas al mundo de los juegos de azar. Puro Dickens, pequeños. En definitiva, una mezcolanza entre la clase alta pija y el lumpenproletariado donde, por supuesto, me englobo sin paliativos. O eso creía, al menos, hasta hoy.

Hoy era la primera carrera de la temporada a la que asistía; la tensión que se majcaba en el circuito tras haber hecho la primera apuesta de dos eurazos de rigor quedaba plasmada en la exclamación de mi acompañante: "Qué nervios".

- Eso no son nervios, salió de las cuerdas vocales de un desconocido situado a nuestro lado. ¿Sois propietarios de algún caballo?.

Tras la obvia respuesta de mi colega ("Sí, de dos") para ver qué se podía sacar de aquello, el misterioso desconocido nos hizo ver que él era dueño de un purasangre ganador de una carrera de la semana pasada (no me quedé del todo con el nombre de su caballo, pero juraría con la mano derecha puesta sobre una biblia que se llamaba Botox). Para corroborarlo, sacó de un sobre una instantánea - photo finish en la que se veía a un jaco atravesar la línea de meta por un naso de distancia sobre el segundo clasificado, algo que ni en los más perversos delirios de mi mente enferma se me hubiera ocurrido jamás. Obvia decir que en cuanto sacamos al ganadero de su error indicándole que éramos unos perfectos donnadies, se esfumó tan misteriosamente como apareció.

Pero lo que realmente me escama de esta historia es: ¿cómo es posible que esta confusión se haya podido dar? Me explico: mi compañero llevaba una mochila de estudiante de instituto a la espalda, lucía unos pantalones de chándal del atleti de la época cuando todavía los vestía Puma (osea la buena) llenos de pelotillas y una camiseta con el dibujo de una vaca checa. Yo por mi parte cubría mis vergüenzas con una ti-shert con la imagen de Jesucristo estampada a juego con mi barba descuidada de más de una semana. Luego sólo me quedan dos posibles teorías: o hemos estado a punto de convertirnos en víctimas de una especie de timo de la estampita para aficionados a las competiciones ecuestres (algo que me gustaría pero que, por sentido común, descarto), o bien que la excentricidad en el negocio caballar está mucho más extendida de lo que pensaba. En fin, cosas veredes.

P.D.: Este post va dedicado a la memoria de Charlton Heston, el semidios del celuloide que batalló contral moro y maldijo a la humanidad desde su púlpito en la pantalla grande.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece cuanto menos incompleta la descripción de mi vestimenta. ¿Acaso no crees que la parte más importante de mi atuendo eran los pantalones del chandal de Atleti?
Llevaba como 15 años sin ponerme un chandal para salir a la calle y hoy que me lo he calzado en plan dominguero es cunado hemos prosperado a ojos ajenos. Opto por pensar que esta es la clave por la que nos confundieron con prósperos dueños de yeguada propia.

Chopenjagüer dijo...

Gracias por el apunte, ya sabes que estoy llegando a una edad en que la memoria se vuelve frágil y ya no es lo que era. Corregido y anotado.