Ahora todo ha cambiado. Tendré que acostumbrarme a ver el ojo de la aguja, el balanceo de la ropa tendida, la cara de mi enemigo mientras se acerca.

Efectivamente, y en otras palabras mucho más mías: soy un gafotas. Después de veintisiete añazos disfrutando de una vista de lince, el cuerpo ha dado el primer paso de una caída libre larga y pronunciada. Puedo tomármelo bien, como un pequeño aviso que me servirá para que el mundo tenga una (falsa) imagen de mí como intelectual, chico listo o marisabidillo; o mal, como si fuera el principio de una larga lista de deformidades concebidas por nuestro Señor desde antes de que yo naciera: más tarde vendrá la caída de los dientes, el repoblamiento en el güeco entre las cejas (nota mental: comparar el vello entrecejil y la pinza de depilar con el mito de Prometeo para futuros usos), una joroba y el nacimiento de un gemelo malvado desde la fina capa de grasa que cubre los (por supuesto) fornidos mújculos de mi abdomen. De momento me lo tomo a las malas decantándome por la segunda opción.
P.D.: Ahí a la derecha en la sección de mis blojs favoritos tenéis un nuevo añadido: se trata de Inéditos e Insólitos, un blog del ínclito David Pallol donde os va a mostrar unos cuantos relatos de primerísima calidad. Si la Guía Mitxelin valorase este tipo de espacios le habría puesto por lo menos cuatro estrellas.