martes, junio 17, 2008

El camino de la mano vacía II: Pathos del perdedor

Así fue como me adentré en el corazón de la maquinaria sacacuartos de Milikito. Como un concursante, un muerto de hambre más que intenta salir de las cloacas de Aluche para lograr sus quince minutos de gloria, su cuota de pantalla de al menos el 15% de share o la dosis de orgullo suficiente para que su madre mire por encima del hombro de sus correligionarias en la cola del mercao durante un buen par de días, viendo en su descendencia una validez ilusoria, sí, pero con la que ya no contaba. Que vamos cobrando una edad que nos aleja cada vez más de ser un JASP.

En fin, mis ansias de venganza me llevaron a lo que podría definir como un tugurio ubicado en pleno centro de Madrid de paredes desconchadas, tubos de plástico rotos saliendo del techo y una bandeja de canapeses variados y botellas de agua (a los que les faltaban las típicas etiquetas carroleñas -¿se dice así?- de "cómeme" "bébeme") destacando en el centro de una sala en la que, siguiendo la milenaria costumbre, que mantengo desde que tengo uso de razón, de llegar tarde a todos lados, me esperaban los miembros del equipo y mis rivales de concurso. O dicho en otras palabras, los asalariados que grabarían mis andanzas y los palos en las ruedas de mi cuádriga que intentarían cercenar mi camino en pos de la gloria televisiva. Decidí no probar bocado de los manjares que me ofrecían para ver si se cumplía la máxima el hambre agudiza el ingenio, y pasé a que me reafirmaran los pómulos al cuarto de maquillaje mientras que el redactor-jefe de la productora volcaba sus iras contra el trepa del presentador de Pasapalara, ya que el puesto debería ser suyo si el mundillo televisivo fuera justo y se hubiera mirado los méritos de cada uno.

En cualquier caso, y una vez hube pasado por Chapa y Pintura para que me embadurnaran la cara con potingues que ocultaran mi habitual tono blancurrio enfermizo para dar paso a un mucho más sano jei, acabo de llegar de arreglar las duchas de la playa de Ipanema, empezamos a realizar las pruebas de cámara en las que comprobamos in situ la metodología del programa. Muy simple: básicamente era encontrar las palabra adecuada para la definición que te pedían en clave crucigrama, y deletrearla. Un ejemplo: Pico del pan. 8 letras(*la solución aquí*).

Una vez llegado el presentador, curtido en estas lides ya que se nos presentó con un currículum muy apetecible ("me conoceréis por mis papeles en Médico de Familia -no, no era Txetxu ni Marcial- u Hospital Central -tampoco el Doctor Vilches, ya no me sé ninguno más, maldita sea!-"), nos dio unos cuantos sabios consejos para evitar que sucumbieramos a la tilicia que pudiera darnos salir por la tele, y de paso nos contó la historia del plató. Desde luego, la visión cochambrosa de este antro cambió radicalmente a mis ojos cuando supe que estaba pisando el mismo suelo que Ramoncín cuando grababa su Lingo doce años atrás. Estaba, básicamente, profanando un santuario.

Pero eso no me impidió portarme a fondo y empezar arrasando desde el principio. La mecánica del juego -de cinco concursantes compitiendo contra todos los demás y cuatro de ellos se quedan sin nada-, hacía que nos diésemos auténticas puñaladas traperas entre nosotros, pero conseguí ponerme en cabeza desde casi el principio de mi participación, gracias a mi innata capacidad para recordar cosas inútiles, como que un metalófono de teclado es una celesta, que la mujer de Jacob se llamaba Lia o que un esquijama es un pijama sin botones. Todo iba miel sobre hojuelas, yendo en cabeza hasta la última pregunta, en la que mi rival era un hombretón navarro ligeramente cazurro que había contestado bien una o dos preguntas en todo el programa. El rival más débil de todos los posibles. Los hados, sin duda, estaban de mi parte. Las casas de apuestas inglesas marcaban 2 a 1 mi victoria final por 8 a 1 la del otro. Por fin se iba a repartir justicia.

Presentador.- "¿Qué palabra japonesa significa el camino de la mano vacía?"

Obviamente, como no tenía ni pajolera idea, mi cerebro empezó por su cuenta a realizar un listado del -escaso- léxico japonés del que dispongo: ¿Tsunami? Nah, eso significaba ola de nosequé. ¿Kamikaze? Cómete una paraguaya. ¿Tempura? Dejcartao. ¿Wok? Eso es chino, ¿no? ¿Bushido? No seas inútil, eso era el camino del guerrero. ¿Cluedo? Me parece que te estás liando. ¿Yojimbo?¿Uematsu?¿Shinobi?¿Mizogutxi? Bueno es igual, como el otro es un cazurro no lo va a acertar ni de coñ...

Contrincante.- Estoooooooooooooooo... ¿karate?

P.- ¡Bravo! Bueno Chopenjagüer, una lástima después de haber estado en cabeza tanto tiempo... ¡qué se le va a hacer!, así es el juego señores. Hale ya te puedes ir y tú, campeón, pasas a nuestro esperadísimo panel final! (...)

Así que no pudo ser. La fortuna cambió de bando en el último instante (como viene siendo habitual) y por un momento me sentí mucho peor que Moisés, vejado por Jehová tras no dejarme pisar la Tierra Prometida; pero sintiendo además como si un rayo de su justa cólera me hubiera alcanzado en la hebilla del cinturón y me hubiera visto obligado a, delante de todo el pueblo judío, hacer lo que los jóvenes de hoy en día llamarían el pingüino.

Así que, cabizbajo, derrotado, hundido tras la -nueva y sempiterna- humillación recibida por el clan Aragón, me fui a tomar unas cervezas solo por tres o cuatro bares del Madrid de los Austrias, aprovechando la sesión de maquillaje cortesía del staff técnico del programa y cruzando los dedos para que una nube de tormenta no se posara encima de mi cabeza y me deformara los rasgos. Como un auténtico antihéroe cañí. Pero eso ya sería otra historia...